29 de abril de 2024

EN LA OPINIÓN DE ...

“Una mañana, al despertar de sueños intranquilos, Gregor Samsa se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho.” (Kafka), excelente forma de dar fin a la rutina endemoniada de la vida. En este relato, el personaje con nombre y apellido, es decir con absoluta identidad, recapitula sobre su existencia. Gregor Samsa es un joven acosado, como muchos lo son ahora, por las circunstancias sociales, familiares e históricas de un sistema que prohíbe, persigue, alinea y conduce a los extremos avatares de la condición humana. Este es un relato con ingredientes fantásticos y absurdos pero verosímiles, dado que como dijo alguna vez Aristóteles, las artes son imitación y específicamente la literatura es imitación de la conducta humana.

La metamorfosis es una historia situada en la contradicción de vivir, en la eterna búsqueda de la felicidad y la satisfacción. El ser humano habita el mundo sumido en una invencible necesidad de ser funcional y exitoso dentro de un sistema que le determina sus quehaceres en la sociedad, y la gran desazón que la derrota implica cuando no se percibe así mismo exitoso porque la alienación y el sometimiento a las condiciones del sistema así lo dice. Así la vida conlleva una existencia tortuosa donde el individuo no es capaz de ejercer su libertad porque debe sumarse al orden establecido de los otros.

Así muchos hoy en día, quejumbrosos deletrean el tedio y aburrimiento en el que viven inmersos sin ser capaces de lograr su propia transformación (metamorfosis) necesaria para la satisfacción.

Se nos hace creer que nuestra felicidad e interés por la vida depende del otro y no de uno mismo, así en la familia como en la escuela o el trabajo y la sociedad entera es deber del otro motivar e incentivar a la vida, al aprendizaje, al éxito. Los altos niveles en las jerarquías monopolizan el poder, donde nunca son ellos los causantes de la derrota.

Así la historia, después de meses de confinamiento al que fuimos obligados por la pandemia del siglo XXI, regresé a mis labores de manera presencial. El despertador sonó puntual, salí aún en la oscuridad matinal, en una mano el bolso de las herramientas de trabajo en la otra el almuerzo, el transporte nunca dejó de transitar bajo el suelo, sobre el suelo y en los aires; llegué a mi centro de trabajo, traspasé las grandes puertas de vigilancia y bastó sonreír levemente ante la cámara, y mi número de nómina apareció y una voz dijo bienvenida y la señal “has ingresado exitosamente”. Una semana después se añoraron los días de home office. Definitivamente durante los momentos más álgidos de esta pandemia, los afortunados pudimos continuar con nuestras actividades cotidianas que nos permitieron los ingresos económicos necesarios para subsistir día a día. Otros ante la necesidad del sustento diario se vieron obligados a desertar del encierro obligado e improductivo. Otros más ante la idea de la inmunidad de rebaño o bien de la inexistencia de tal virus, caminaron errantes propagando en silencio el contagio. Desde la propia conciencia creamos el mundo ideal refugio de nuestra inconsciencia.

La pregunta obligada es ¿qué hicimos durante este tiempo? El ser humano insatisfecho con su devenir camina siempre en busca de tranquilidad, satisfacción y bienestar, nunca lo encuentra. Actuar por sí mismo resulta ser el primer obstáculo para trascender, vivir y morir. Es difícil darnos el tiempo para meditar y ordenar la propia vida. Delegamos la gran oportunidad de hacerlo en el otro. Algo singular expuesto en la comunidad de jóvenes, adultos y adultos mayores fue el tedio, no saber qué hacer con tanto tiempo disponible para actividades propias. Es decir que la circunstancia histórica nos proporcionó la oportunidad de romper momentáneamente con la rutina y a muchos los absorbió el sueño, los juegos y las series de televisión; a otros la violencia doméstica y a otros tal vez la productividad.

Gregor Samsa cumplió su destino… entonces sus padres y hermana “… salieron de la casa -algo que no habían hecho en seis meses- y fueron con el tranvía a las afueras. En el vagón en el que viajaban solos se filtraba el cálido sol. Apoyados en sus respaldos, hablaban cómodamente de sus planes de futuro y encontraron que, al fin y al cabo, no eran nada malos, pues los tres tenían un puesto de trabajo bastante aceptable, algo de lo que no habían hablado entre ellos, y con buenas perspectivas.” (Kafka)

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