15 de mayo de 2024

Jaquelina Rodriguez Ibarra

Recuerdo que de niña me decían que las estrellas eran las almas de los difuntos en su camino a la eternidad; otras veces me contaban la terrible historia de dos niños ahogados en una cascada de luz que caía escaleras abajo hasta desembocar en la calle; también escuchaba de un señor con una gran barba azul que guardaba en su castillo el gran secreto de sus esposas difuntas; aún no aprendía a leer cuando mi hermana mayor me declamaba la triste historia del rawí que murió por amar a una linda persa esposa del rey. Nadie de los que me contaban aquellas historias me dijeron quien las había escrito, sólo recuerdo que decían: “algún día lo descubrirás”. Así fue, un día, descubrí la literatura y en consecuencia el origen de las historias que había escuchado en mi niñez. Hoy soy yo quien cuenta esas historias a mis alumnos. Estudié literatura porque en los libros he aprendido a vivir. Vivo en una pequeña casa en compañía de mi esposo y rodeada de libros y mis pequeños gatos, por las mañanas dedico el tiempo impartiendo clases de literatura en la Prepa Vizcaínas y editando la revista Jardín de Letras que cada verano presenta los textos escritos por los jóvenes que gustan de las letras. Por las tardes edito la publicación digital terciopelonegro.mx, leo, escribo y sueño. Esta es mi vida, yo soy Jaquelina.

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Frankenstein o de la educación

A lo largo de mi vida como profesora de literatura, pocas veces me he sorprendido tanto con la lectura que un joven hace de algún texto, como en esta ocasión. La lectura ingenua que una niña de nueve años hacía de un clásico de la literatura inglesa despertó en mí la atención y curiosidad pedagógica. Al escuchar a esta sensible niña relatar la historia y señalar minuciosamente cada acontecimiento que tejía el argumento, ver en su rostro la expresión de sorpresa que delataba la admiración por lo que sucedía en la vida del protagonista, involuntariamente hicieron aflorar en mí el oficio que durante años he realizado con amor, interés y curiosidad, la docencia. A partir de aquel momento y durante días, ella y yo entablamos un diálogo sobre la historia de aquel ser creado a partir de miembros y órganos de cadáveres diversos. 

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El pasado nos alcanza

Uno de los regalos que me obsequió el confinamiento como consecuencia de una pandemia fue convencerme de que caminar por las calles de la ciudad no es un riesgo, siempre y cuando respete como peatón las reglas de tránsito y el protocolo de seguridad. En el transitar diario por los caminos de la Ciudad de México, he descubierto con desagrado y desilusión que no son únicamente los automovilistas quienes sin respeto ni inteligencia desacatan las reglas de tránsito vehicular, también los ciclistas, motociclistas y los mismos peatones transgreden las normas de vialidad al ignorar el reglamento de tránsito o bien creer que para ellos (nosotros) no es obligatorio su acatamiento. Los ciclistas quienes en junio pasado se manifestaron, marcharon desnudos montados en su bicicleta para así llamar la atención del pueblo entero y no solo de automovilistas, exigieron respeto a su persona y a su transitar por las calles de esta ciudad, sin identificar que ellos mismos son parte del problema al no asumir el protocolo de seguridad en su propio transitar ni respetar a automovilistas ni a peatones en las impetuosas calles de esta ciudad.

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Fin y comienzo

“Una mañana, al despertar de sueños intranquilos, Gregor Samsa se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho.” (Kafka), excelente forma de dar fin a la rutina endemoniada de la vida.

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