16 de mayo de 2024

El Encuentro de Bailadores de Chilenas levantó al público de sus asientos, en la 33 FILAH

La lluvia de zapateados cayó sobre el Auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología (MNA), empapándolo de alegría la noche de ayer, en la que se celebró la final del Encuentro de Bailadores de Chilenas, una práctica lírica musical y dancística que atraviesa varios países de Sudamérica y, en algún momento, aún no preciso, llegó a México para arraigarse en la Costa Chica de Guerrero y diversificarse en otras regiones.

Bonito Pinotepa / No soy coplero y me voy cantando / Ahí dejo mi chilena pa’ la morena / Que estoy amando. “Las chilenas nos hacen felices”, dijo el subdirector de la Fonoteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Benjamín Muratalla, durante el evento, realizado en el marco de la 33 Feria Internacional del libro de Antropología e Historia (FILAH), organizada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del INAH.

Durante tres días, el Encuentro de Bailadores de Chilenas llevó alegría y sensualidad al XVIII Foro Internacional de Música Tradicional, el cual tuvo como tema central “Músicas, cantos y danzas para la paz”, mismo que en esta ocasión se organizó con motivo de la presencia destacada de Chile en la fiesta editorial, “país con el que nos une esta tradición surgida en Sudamérica y que, se dice, llegó a México desde Chile.

“Aunque no se tiene certeza de cuándo y cómo llegó a nuestro país, la tradición oral narra que un barco de militares chilenos que, en apoyo a independentistas de México, llegó a las costas de Acapulco, a principios del siglo XIX; a los pobladores les gustó tanto el baile que traían consigo, que lo aprendieron y le llamaron chilena, porque lo trajeron los marineros chilenos”, expuso el antropólogo.

De acuerdo con los investigadores, abundó Muratalla, la tradición lírica musical y dancística surgió primero en Perú, con aportaciones de las poblaciones africanas, indígenas y mestizas, donde recibió el nombre de marinera, “hay varias marineras, según la región de ese país”; de ahí, con las migraciones y los movimientos humanos, viajó a Chile, pasando por Argentina, Bolivia e, incluso, Brasil; en estos países le dicen cueca.

“De pronto, aparece en México, quién sabe si fue con ese mítico barco con marineros o en otro momento, algunos investigadores dicen que van y vienen las épocas”, comentó el especialista.

La chilena es un baile de cortejo, tiene una confluencia de varios ritmos, de músicas hispánicas, árabes, indígenas y afrodescendientes. En México está identificada, desde hace muchos años, en la región de Costa Chica, en Guerrero, pero se ha extendido a otras partes: las hay en Oaxaca, en las regiones Valles Centrales, Mixteca Alta, Mixteca Baja y la Costa. No se baila ni toca de una manera, sino que hay muchas variantes, según las tradiciones de cada pueblo.

El ambiente festivo del encuentro estuvo a cargo de las agrupaciones musicales tradicionales la Banda Mixe de Oaxaca, de Efrén Wilfrido Flores; el trío Chilate con Hojaldre, integrado por Daniel Bernal Bello, Blanca Yamel Cortez Marmolejo y Yasswer Ángel Godínez Mendoza; y la Mixanteña de Santa Cecilia. La participación de 13 parejas hizo experimentar el baile de chilenas tal como sucede en las fiestas familiares, con ese público alegre y bullanguero que arribó de Acapulco, la Costa Chica y otras regiones de Guerrero y de Oaxaca.

Benjamín Muratalla aclaró que en este encuentro no se concibió un concurso como tal, no se calificó a los mejores técnicamente, sino que se valoró la emotividad y la destreza. Al final, hubo mención honorífica para la pareja integrada por Yesse y Manuel Cortés Huerta “El Jaguar de la chilena”, por su larga trayectoria y una vida entregada a esta expresión cultural.

Asimismo, se destacó a seis parejas portadoras de esta tradición, las cuales dieron muestra de la variedad de estilos y formas de expresión. Con la “diana” de la Mixteña, toque de un inicio festivo, el público cerró la noche moviendo caderas y agitando sus pañuelos frente a las butacas del imponente auditorio del MNA.

Fuente: INAH / Foto: Cortesia

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