23 de diciembre de 2024

EN LA OPINIÓN DE ...

En la segunda mitad del siglo XIX existió en la Ciudad de México el Gran Teatro Nacional que el empresario Francisco Arbeu mandó a construir sobre la calle Vergara (actual Bolívar; entre Tacuba y Madero). La historia del Teatro Nacional comenzó cuando en febrero de 1842 el presidente Antonio López de Santa Anna es invitado a colocar la primera piedra de su construcción. La obra del recinto estuvo a cargo del arquitecto español Lorenzo de la Hidalga, que luego de dos años, fue inaugurado el 10 de febrero de 1844. Aquel día en que se levantó el telón por primera vez, los concurrentes llamaron al escenario al empresario Arbeu y al arquitecto De la Hidalga para ofrecerles grandiosas muestras de gratitud sumando felicitaciones por sus “esfuerzos por la maestría que emplearon en la construcción de un teatro cómodo, decente y de buen gusto”. 

El teatro que, según las circunstancias de la época, se llamaría Teatro Santa-Anna, Teatro Vergara, Teatro Imperial y por último Gran Teatro Nacional, fue considerado el más importante en su género. Los cronistas de la época mencionan que su arquitectura de estilo neoclásico era de los más hermosos de la ciudad. El historiador Enrique de Olavarría ofrece en su Reseña histórica del teatro en México una descripción de la fachada: «en su centro aparecen cuatro columnas colosales que forman la entrada al vestíbulo exterior o gran pórtico; las elevadas columnas sostienen el entablamento con la siguiente descripción en bronce: Gran Teatro de Santa-Anna». Continuando con la descripción, Olavarría menciona que «el salón y el foro están separados por dos pilastras y una columna a cada lado, sostenidos por un sólido y elevado zócalo».

Fueron casi seis décadas de vida artística y cultural del Teatro Nacional, pues al iniciarse el siglo XX, como parte del programa de obras arquitectónicas llevadas a cabo en la Ciudad de México, se pensó en renovarlo, pero finalmente se optó por demolerlo para construir otro. La demolición permitiría prolongar la avenida Cinco de Mayo hasta la Alameda, y construir el nuevo teatro en los terrenos que durante la época colonial ocuparía el convento de Santa Isabel.

El imprescindible escritor de esa época, Federico Gamboa, lamenta la demolición del teatro dejando constancia en su novela Reconquista: «A su fondo divisaban, destrozada, la enorme mole del pobre Teatro Nacional, que echaban abajo para prolongar la avenida. […] «visto a distancia lo que del imponente inmueble se conservaba en pie, aunque a punto de caer, unas columnas por los suelos, en pedazos; gruesos cilindros de piedra junto a montículos de escombro y tierra. […] otras columnas en su sitio todavía, pero truncas, no sustentando nada, ociosas y condenadas a rodar mañana y morder el polvo».

Siempre he pensado que los edificios antiguos que han sido derrumbados en esta ciudad, dejan fragmentos que nos obligan a recordar que algún día existieron. Lean ustedes los siguiente y me darán la razón: 

En la correspondencia de don Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública del porfiriato, existe una carta fechada el 12 de octubre de 1905 en la que el ministro de Hacienda, José Yves Limantour, le informa a Sierra que en una propiedad que tiene su esposa en la calle de Vergara, existe una pilastra que fue del Teatro Nacional, misma que «han pedido ya algunos amigos para conservarla como recuerdo de dicho teatro». Limantour, conocedor de la importancia que tuvo el teatro, prefiere que dicha pilastra sea conservada en el Museo como «un recuerdo histórico del teatro». Justo Sierra responde la misiva aceptando gustoso aquel recuerdo histórico, que para tal efecto «comisioné a una persona del Museo para que pase a recogerla».

Actualmente existen varias fotografías que dan testimonio de la demolición del Gran Teatro Nacional en las cuales se observan fragmentos de columnas que lo sostenían. El escritor Vicente Quirarte afirma que «aún se conservan las columnas de ese teatro» en un edificio que se encuentra en la calle Bolívar, casi esquina con 16 de septiembre; pero desafortunadamente, no se trata de la pilastra que Limantour ofreció a Justo Sierra.

No sabemos si la pilastra llegó a las bodegas del Museo Nacional, pero qué fascinante sería encontrar en algún museo ese recuerdo histórico del Gran Teatro Nacional.

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