Prosa política
Santiago “Chaquito” Giménez me hizo replantear mi natural desprecio por los “junior”. Este jugador mexicano, nacido en Argentina, hijo del ídolo del Cruz Azul, Christian “Chaco” Giménez, a ratos me devuelve la esperanza en los vástagos de jugadores, que nos tienen acostumbrados al, casi natural fracaso, de las segundas generaciones. Toda incipiente ilusión del Chicharito (que tampoco es la panacea, pero mete goles) se borra cuando uno recuerda las “prometedoras” carreras de los hijos de Benjamín Galindo, Fernando Arce y Hugo Sánchez. Y es que no debe ser fácil llenar los guantes de Julio César Chávez, cuando todos te llaman “Julito”. Heredar la tradición familiar, el legado, la máscara, debe pesar como una loza. El Hijo del Santo siempre será “El Hijo de…”; Blue Demon Jr., será recordado por ser heredero del Profe Manotas.
Y es que no es lo mismo nacer en el seno de una familia futbolística, donde tu padre, basado en el afán de reivindicar, o inmortalizar, su legado, siempre te apoya económica y moralmente para perseguir tus (borro la palabra “tus” y la sustituyo por “sus”) sueños; que crecer en un escenario adverso donde hay que buscarse la vida a solas, y estudiar en una escuela rural, o patear (en el peor baldío) una botella de Coca Cola, simulando que es el último balón avalado por la FIFA. Quienes no nacen en cuna de oro, suelen ver con cierto recelo a los juniors que emergen en el epicentro del privilegio. Tal vez por eso, la idea de elegir diputados de Morena por insaculación (borro insaculación y escribo tómbola) fue visto con agrado por un amplio sector.
No debe ser fácil cargar con los estigmas del viejón. El público que lleva años alzando al ídolo y los detractores que esperan el momento para encontrar fallas en la segunda parte, les ponen la lupa por igual. De sobra está el ejemplo de José Ramón y Andy.
Hay segundas partes que salen muy bien. Atlantis Jr. y Soberano Jr. son algunos que están escribiendo su propia historia de manera relevante. La abogada Luisa María Alcalde, hija de la Contadora Bertha Luján y titular de la Secretaría del Trabajo, se dio a conocer en Morena por protagonizar un spot de dicho partido, y después demostró que podía con el cargo de diputada federal. Hoy ha dejado de hablar su árbol genealógico y es reconocida por hacerse cargo del programa insignia de AMLO en materia de juventudes.
Habría que destacar la buena sorpresa del arquitecto Román Meyer, hijo del doctor Lorenzo Meyer. El tipo encabeza la Secretaría de Desarrollo Territorial y Urbano y para bien de la Cuarta Transformación, y del pueblo de México, ha dado excelentes noticias. Más allá del estilo hosco para hacer política o de su perfil como egresado del Tec., su gestión será recordada por llevar a cabo proyectos basados en la austeridad republicana, pero de calidad y con visión social.
Por ejemplo, se han realizado más de 800 obras en 135 municipios del país, más de 150 unidades deportivas y estadios, casi 300 parques y espacios culturales, casi 200 escuelas e intervenciones urbanas y de vivienda en los 8 pueblos yaquis de Sonora. Por dichas obras, la Sedatu ha recibido 66 premios y reconocimientos de premios nacionales e internacionales de arquitectura. La Sedatu comenzó a cambiar la historia desde el 1 de diciembre de 2018, pasó de ser una secretaría corrupta a una secretaria transparente, técnica y operativa.
Logró cabildeo para la aprobación de la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, la actualización de 70 planes municipales y regionales, la aprobación de los planes territoriales operativos en los municipios aledaños al AIFA y en proceso están los del Tren Maya e Interoceánico. A través el Programa Nacional de Reconstrucción se han rehabilitado casi 7 mil edificios públicos y casi 2 mil templos históricos y edificios culturales afectados por los sismos de 2017.
Toda esta nueva política de vivienda, que a la fecha ha conseguido la disminución del rezago habitacional en un millón de viviendas, podemos decir que es fruto del esfuerzo de Román, y su equipo, sin echar mano de la leyenda que es don Lorenzo.
Por eso digo que el Chaquito Giménez, al dejar la Liga MX y emigrar a Holanda, deja una estela de esperanza. Hay que saber darle una oportunidad a quienes heredaron una máscara, pero escriben majestuosas páginas con ella, y saber señalar a los que ganan batallas con el puro peso del apellido. Está bien eso de usar el privilegio de papá como trampolín, no como colchón.