La historia de la Ciudad de México podría ser contada a través de objetos que han sobrevivido el paso del tiempo. Esos fragmentos del pasado que han llegado hasta nuestros días como auténticos testigos de su época, tienen una historia que contar. Aquel curioso en el pasado de esta ciudad descubrirá que en varios de sus rincones se halla oculto un vestigio esperando pacientemente a su cronista.
Siempre me ha resultado fascinante entrar a esos espacios que guardan la memoria histórica de esta capital: un museo, una zona arqueológica, un archivo o una biblioteca. También me resulta placentero caminar por las calles más antiguas que actualmente conforman el Centro Histórico de la Ciudad de México y hallar ante mis ojos fragmentos del pasado: una hornacina, una escultura, antiguas casonas, trozos de construcciones prehispánicas, portentosas iglesias; o quizás, una placa colocada en algún sitio que me obliga a recordar algún suceso histórico.
En la Ciudad de México hay vestigios de todas las épocas; por ejemplo, de la época prehispánica podemos encontrar algo que los arqueólogos han llamado “ventanas arqueológicas”, que no son otra cosa que huecos en el piso protegidos con un grueso cristal que en su interior resguardan vestigios de la antigua ciudad de México-Tenochtitlan, esa fascinante ciudad que construyeron y habitaron los mexicas alrededor de 200 años. Aquel interesado en conocer la historia prehispánica de esta ciudad, debe recorrer esas ventanas arqueológicas que le permitirán asomarse a ese majestuoso pasado.
No me dejaran mentir cuando les digo que la Ciudad de México cuenta con una inmensa y fascinante historia, prueba de ello son esos ecos de trescientos años de vida novohispana que han llegado hasta nuestros días de manera fragmentaria. Basta con caminar por alguna de las calles de ese vetusto Centro Histórico para poder constatar que la historia de esta gran ciudad se niega a desaparecer. En ocasiones, mientras camino, suelo detenerme frente a la fachada de una casona que a simple vista hace notorio el paso de los años y que, como fiel testigo de su pasado, presume una arquitectura rica en ornamentos que en su conjunto ha sido clasificada como estilo barroco, ese concepto que los estudiosos del arte utilizan para gran parte de la época novohispana. Otros ejemplos que tenemos del barroco novohispano en la Ciudad de México son las portentosas iglesias construidas con materiales tan contrastantes como la pesada cantera gris y el ligero tezontle rojo, que fueron característicos de esta ciudad. Pero esos templos no solo presumen su belleza arquitectónica, sino que algunos de ellos resguardan en su interior bellos retablos barrocos, muchos de ellos fragmentados, que aún conservan un gran valor estético. No podríamos entender esos espacios sin conocer las maravillosas obras de arte representadas en pinturas y esculturas que en su momento eran utilizadas para el culto católico, y que actualmente han pasado a formar parte de la colección de algún museo siendo prueba de que esos testigos de la historia de esta ciudad serán recordados para siempre.
Dejando atrás la época virreinal, no podríamos menospreciar el convulso y apasionante siglo XIX, un periodo en el que la ciudad comenzó una gran transformación perdiendo gran parte de su fisonomía novohispana. La Ciudad de México había resistido a grandes catástrofes naturales y sociales, pero lamentablemente en el siglo XIX la ciudad no pudo resistir a la piqueta e indiferencia de sus habitantes que veían con sus propios ojos cómo toda una época de esplendor se reducía a montones de cascajo. El siglo XIX fue un siglo en el que perdimos una inmensa cantidad de lo que hoy reconocemos como patrimonio histórico, artístico y cultural. No obstante, por paradójico que resulte, es justo en el siglo XIX en el que surgieron destacados historiadores dedicados a recolectar y resguardar esos fragmentos del pasado, dejando constancia de ellos en libros, archivos, bibliotecas y museos.
Estoy convencido que esos fragmentos del pasado tienen su propia historia que necesita ser escrita y leída, como lo he mencionado anteriormente, están a la espera de su cronista. Escribo estas líneas reconociendo una inquietante curiosidad por conocer esos vestigios, investigar su historia y escribir algún relato. Que sirva esta columna para contar historias, la historia de esos fragmentos del pasado.