Desde hace algunos años, he tenido la oportunidad de escribir en diversos espacios, agradecido siempre con la oportunidad y con el miedo correspondiente, porque no es fácil escribir y sobre todo, este constante miedo a equivocarse.
¿Cuántas veces hemos tenido que usar nuestra voz para hablar de un tema y hasta defenderlo? Creo que yo ya perdí la cuenta, llevo más de una década mezclando los temas de la vida pública con el arte y hasta con la crónica, pero… tal vez lo haga de comunicación política, de la importancia del mensaje, del cómo generar un discurso potente, de cómo la imágenes son importantes y sobre todo, saber usarlas en nuestro favor, bueno, hasta de la importancia de las tipografías.
¿Por qué no hablar de servicios públicos? Sus usos de manera eficiente, su mejoramiento, las buenas y las malas prácticas. Ir hablando de los avances en estos servicios en algunos países, pero también del rezago en algunos estados. También podría escribir de la historia y de las calles, que es un tema que me encanta y al que le he dedicado muchas horas. Además divertirme con los mitos históricos y con la visión que se le ha dado a personajes que no creo que hubieran sido tan felices en el siglo XXI. Hablar de derechos, partidos políticos, política internacional o diseño, que ha sido mi gran refugio y mi motor en los últimos años.
Pero hoy, prefiero hablar del error, como introducción. Como una antesala a lo que saldrá de mi mente y que compartiré en las próximas columnas. Porque… ¿Cuántas veces nos equivocamos? la frase de Joyce llega a mi mente: “Las equivocaciones son los portales del descubrimiento”, pero cuando hablamos del error, nos escondemos en mil capas, y nos pasan cosas por la mente como, debemos ser fuertes, debemos ganar, debemos hacerlo mejor. Desde hace algunos años, ya no observo el deber ser a la manera que Kant describía, pero “ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose” dice Byung-Chul Han.
Vivimos en una sociedad que premia el acierto y penaliza el error, dicen la mayoría de los textos. Sociedad que constantemente nos califica como buenos o malos. Para nuestro sistema educativo, el error es estéril y vacío. Desgraciadamente, el error nos produce un sentimiento de culpa, preferimos que otros escojan por nosotros antes que atrevernos a tomar el riesgo de equivocarnos. Pero está bien, ya perdí la cuenta de las veces que me he equivocado, una cuenta que parece que no terminará, pero que me ha llevado por caminos que aun me sorprenden.
Sí, nuestra actitud ante el error nos limita y frena nuestro crecimiento como personas, pues acabamos diluyendo nuestra libertad dentro de un grupo en el que no tengamos que tomar decisiones. Cuestiono aquí, cuántas veces hemos permitido que alguien decida por nosotros, por pereza, por miedo, exigencia o complacencia. Cuántas veces ha sido decisión de alguien más hacer o dejar de hacer, a lo que después, llega el arrepentimiento.
Recupero una historia un tanto bíblica, obra de Leo Balthazar.
EL JARDÍN DEL ERROR
“Hubo un tiempo en el que Adán y Eva vivían felices y despreocupados en el jardín del Edén. Todo era paz y armonía. No había posibilidad de error. Para los humanos, no tener la opción de equivocarse es el paraíso. Pero de repente supieron que, de entre todos los árboles, uno estaba prohibido. No debían comer la fruta del árbol de la ciencia y la sabiduría. Tal vez por eso decidieron comer, probar, arriesgarse. Y se equivocaron. Fueron expulsados del paraíso. Primera interpretación bíblica: los errores se pagan. Sin embargo, existe una lectura más sutil y reveladora: el camino que lleva hasta el árbol de la sabiduría es el error”.
En este camino que algunos llaman una carrera de esfuerzo, se ha dicho que no es de velocidad, pero cómo nos gustan las cosas rápidas, otra muestra de nuestra sociedad líquida.
Tal vez vayamos por el buen camino, que nos deja espíritu autocrítico y responsable. ¿Qué es lo que distingue a las personas que aprenden de los errores de las que solo saben tropezar con ellos? Analizar lo que ha salido mal y sintetizar la clave del error significa subir un peldaño en nuestra evolución personal. Así, quien posee la suficiente inteligencia emocional “lee” lo que sucede a su alrededor y saca conclusiones para cultivar las interacciones positivas y reducir las de resultado negativo, esto puede llevarse a cualquier trabajo, campaña y experiencia personal, pero se necesitan herramientas y sobretodo, no pensar que todo es mala suerte, porque quien tropieza varias veces consecutivas con la misma piedra, en lugar de maldecir, debería fijarse en cómo y por dónde anda. Esa es la lección. Es imposible apartar todas y cada una de las piedras de nuestros caminos, que están ahí para enseñarnos a bajar la vista con humildad y educar nuestros pasos. Se hace camino al andar, como decía Machado, y se gana sabiduría al errar. El error nos pone a aprueba, nos baja un poco el ego y aunque suene a juego de palabras, nos convierte en “a prueba de error” o al menos, deberé seguir explorando estas ideas, los pasos y los errores, pero sobretodo, seguiré disfrutando el camino.
¿Qué errores han configurado tu presente? Sería bueno preguntarle esto a las personas que hoy considero referentes, pero también hacer un pequeño ejercicio de conciencia y preguntarnos… ¿Hemos aprendido? Mientras tanto y sin pensar mucho, nos leemos en la siguiente, que espero nos vaya acercando más y también tener claro un poco más el: ¿Y ahora… de qué escribo?