Hace unos días, alguien intentó debatirme las acciones de Andrés Manuel López Obrador. Yo, que no suelo defender al presidente (porque él se defiende solito) recomendé a esta persona lo que, supuse, era la mejor idea: lucha, sal a pelear por tus convicciones, sé la mejor oposición, tomen las calles, defiendan sus derechos. La respuesta fue devastadora: luchar está sobrevalorado.
Espero poder conectar esta primera idea con lo siguiente:
En puerta tenemos dos juegos finales: mañana la de Atlas contra Pachuca y el sábado la de Liverpool versus Real Madrid. Basta con buscar en Youtube “Futbol picante” o “El chiringuito” para deleitarse con acalorados debates entre expertos y (pocas) expertas que, sentenciarán a unos, condenarán a otros, criticarán jugadores, juzgarán árbitros y escribirán planas con testosterona sobre teorías conspirativas.
Y en la banqueta, al calor de las heladas de quincena, se dirá que, la de México, es una final desangelada porque no llegó el Ame, o porque el Cruz Azul volvió a la sequía. Amigos oficinistas se pondrán la playera de su equipo bajo la camisola de vestir y apostarán los tacos. En el recreo de la primaria se hablará de Benzemá, en la peluquería Miguel me preguntará ¿y cómo ves la final?
Se hablará de todo esto, pero nada cambiará los resultados, porque las finales se ganan en la cancha. Sólo veintidós metrosexuales tendrán en sus manos (o en sus pies) la capacidad de cambiar el destino. Y por más que tuiteemos, que pataleemos frente al televisor, que besemos el escudo de la playera y apostemos y recemos a San Pancracio, nada cambiará.
Recuerdo las palabras del presidente de Argentina, Alberto Fernández, cuando estuvo en México: “El periodista es como el plateísta que está mirando en la tribuna el partido de fútbol: sabe lo que tiene que hacer el arquero, cómo tiene que cabecear el nueve, cómo tiene que mandar el centro… pero nunca jugó el partido de fútbol. Analizar desde la platea es una cosa muy simple, jugar el partido es otra cosa”.
Vuelvo a mi primer punto: las luchas sociales no se ganan en los escritorios.
Gran parte de la oposición desprecia profundamente los esfuerzos de la Cuarta Transformación, pero no desea hacer nada al respecto para cambiar al país. Este fenómeno ya fue muy bien descrito por el doctor Héctor Díaz-Polanco, como “el negacionismo opositor”: “El prianismo no ha hecho el más mínimo esfuerzo de comprensión de lo ocurrido a lo largo de tres años. Su intelectualidad orgánica les ayuda muy poco. No le atinan a nada: todos sus pronósticos catastrofistas han fracasado. En verdad, los intelectuales de la derecha viven también en un festín negacionista. Toda una patología política. Les basta negar que el gobierno haya logrado algo en materia de salud, bienestar social, obra pública, etcétera”.
Los que tomamos Reforma, y salimos a las calles para encarar a Peña Nieto, y luchamos contra la Reforma Eléctrica y nos agarramos a palos contra los porros de la UNAM o la policía de Mancera o la seguridad puesta al servicio de George Bush, no conocimos otro método de hacer valer nuestras ideas sino luchar y resistir.
Claro que la lucha tiene consecuencias (para unos más que para otros). A mí me tocaron un par de buenas patadas de judicial, me lanzaron una botella con orines en Reforma mientras Pablo colocaba un letrero que decía “Disculpe las molestias, democracia en construcción”.
Por eso al FRENA le cuesta trabajo bajar de un auto para gastar la suela, por eso los tuiteros creen que cambiarán al país con un RT, y mis compas fifís opinan desde la colonia Narvarte pero nunca han estado con los profes de Cacahuatán, con los jornaleros de Ixtapangajoya o incluso la banda nopalera de Milpa Alta. Quieren ganar finales desde el escritorio: sin tocar un balón, sin emplearse a fondo en una barrida.
Recuerdo un dos de octubre. Yo iba al CCH y los maestros dieron el día libre para asistir a la concentración. No puse alarma, era el mediodía y seguía dormido. Mi papá (profe también) me despertó de un almohadazo: levántate huevón, no te dieron el día para dormir sino para salir a marchar. Y me fui.
Ese es el tiro decisivo. Me lo recuerda el camarada Samuel Torres: Insistir, resistir, persistir y nunca desistir. Luchar no está sobrevalorado.
Y sí, se vale estar contra el presidente, ser oposición, combatirlo, pero no desde el “negacionismo opositor”, no desde el privilegio, no desde la apatía. Lo dicho: las finales se ganan en la cancha, no en el escritorio.