Divagar es hablar, escribir o pensar desordenadamente sin ajustarse a un tema determinado; en otras palabras, divagar es apartarse del asunto principal sobre el que se habla o se escribe. Tal vez ustedes me darán la razón cuando les digo que las mejores conversaciones, sobre todo las que se tienen con los amigos, son aquellas en las que brincamos de un tema a otro, en las que vamos y venimos sin ajustarnos a un asunto determinado. Hay divagaciones que son placenteras, no sabría decirles de qué depende, quizás del tema, de la persona o simplemente del momento. Tampoco vamos a negar que, en ciertas ocasiones, escuchar divagar a una persona puede resultar enfadoso. Hago votos para que esta columna no resulte fastidiosa.
El escritor Andrés Henestrosa escribía en un periódico una columna semanal que tenía por título Divagario, la cual trataba de construcciones breves sobre sucesos vistos y vividos por el escritor. Ignoro la razón por la cual Henestrosa puso por nombre Divagario a su columna. No sé a ustedes, pero a mí siempre me ha llamado la atención conocer el motivo del nombre que eligen los escritores para su columna que publican en periódicos. Por ejemplo, José Emilio Pacheco nombró Inventario a su columna semanal en Excelsior y mantuvo el mismo nombre en la revista Proceso por más de 40 años. Hasta el momento no he logrado saber los motivos que llevaron a Pacheco a elegir dicho nombre; quizás sea ociosa mi inquietud, pero estarán de acuerdo conmigo que no es ninguna nimiedad al tratarse de uno de los escritores mexicanos más consagrados.
Regresando a Andrés Henestrosa, si leemos los textos que conforman Divagario, realmente no tienen nada de divagaciones porque, a decir verdad, sus textos están escritos con una impecable estructura. Me gusta pensar que eligió ese título porque en su columna escribía de todo un poco: lo mismo escribía sobre un suceso del pasado como uno del presente. Era tal la soltura de su pluma que bien podía escribir sobre un libro, un personaje del ámbito cultural, el placer de visitar una librería de viejo o simplemente escribir sobre su caminar por las calles de la gran Ciudad de México.
Tratando de emular a Andrés Henestrosa, y con el debido respeto a su memoria, decidí nombrar a esta columna Divagario Cultural. No están ustedes para saberlo, pero yo sí para contarlo: llevo un buen tiempo con la inquietud de escribir sobre las cosas que veo, leo y escucho en mis andanzas culturales; pero por alguna u otra razón la idea se quedaba en el tintero. Gracias a la invitación que me hace mi buen amigo Christian Ramírez, quien me ha ofrecido un espacio en el portal La Transformación, esa inquietud por escribir saldrá del tintero y se estará publicando esta columna, Divagario Cultural, semana con semana, con el ánimo de compartir impresiones y apreciaciones culturales de mi amada -a veces odiada- Ciudad de México. Las entregas serán divagaciones de quien esto escribe, por lo tanto, escribiré de esto y de aquello, es decir, de todo un poco pero siempre algo relacionado a la cultura: un museo, una exposición, una obra de arte, un libro, un personaje de la historia mexicana o algún tema sobre el patrimonio de la Ciudad de México y sus alrededores…
Estoy convencido que hay mucho por contar, mucho por escribir y mucho por leer sobre esta gran urbe que día con día se transforma. Hay lugares y momentos que están a la espera de su cronista y hoy, con todo y el temor a la crítica, asumo esa responsabilidad que espero resulte placentera para el lector.
No lo voy a negar, el temor a la crítica existe, pero he decidido dejar de lado ese miedo abrazando las palabas que José Emilio Pacheco le dijo a su esposa Cristina cuando a ella le embargaba el temor de publicar sus textos: “si lo que quieres es escribir, tú escribe, y que no te importe si te leen o no, que no te importe si te critican o te comparan, tú escribe si eso es lo que quieres y disfruta”.
Vamos pues a escribir y disfrutar esta aventura, que a esta vida hemos venido a disfrutar.