Desde su fundación en 1996, el Laboratorio de Bioarqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) no solo indaga en las características observables de los miles de elementos óseos que resguarda en su acervo, sino que ahora, de la mano de innovaciones tecnológicas, como el uso de códigos QR, emprende nuevos proyectos de catalogación e investigación para reconstruir la muerte y la vida de antiguos pobladores.
La finalidad de estos trabajos, iniciados en años recientes por la Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los cuales han continuado aun con la contingencia sanitaria derivada de la COVID-19, es que los investigadores y, en primera instancia, los alumnos de la ENAH, tengan a la mano carpetas físicas y fichas digitales para informarse ágilmente de los datos conocidos sobre un determinado resto óseo.
La investigadora emérita del INAH y fundadora del laboratorio, Lourdes Márquez Morfín; el titular y la técnica encargada del mismo, Jorge Gómez Valdés y Perla Ruíz Albarrán, respectivamente, destacan un objetivo adicional: conocer cuántas y qué tipo de investigaciones han tomado a ese mismo elemento como objeto de estudio.
Lo anterior adquiere especial relevancia considerando que ya son más de un centenar las tesis de grado producidas a partir de dicho acervo, el cual reúne los restos esqueletizados de personas que vivieron en épocas lejanas, como el periodo Preclásico mesoamericano (2500 a.C.-200 d.C.) y llega hasta el final del siglo XIX, pasando además por las épocas de la invasión española y virreinal en el territorio que hoy es México.
La incorporación de códigos QR, explican Lourdes Márquez y Jorge Gómez, es una medida de conservación, la cual permite reducir la manipulación de los bienes resguardados, al ofrecer un primer acercamiento a los mismos desde una base de datos electrónica, a la cual llevarán los enlaces para dispositivos móviles.
La minuciosidad de estos registros y descripciones es clave, añaden, porque a pesar de que se tienen contabilizadas dos mil 500 cajas resguardadas en el acervo del laboratorio, el número de las mismas no es equivalente a los individuos alojados en ellas, ya que una caja puede contener los huesos de uno o más. “Si tenemos una muestra de 50 fémures provenientes de un osario, eso quiere decir que tenemos los restos de 50 personas dentro de una misma caja”, ejemplifica Jorge Gómez.
Reconstruir vidas desde la muerte
La riqueza del Laboratorio de Bioarqueología de la ENAH está en la heterogeneidad de sus series óseas: resguarda desde los restos óseos de personas de un asentamiento prehispánico, como San Gregorio Atlapulco -uno de los pueblos originarios de la alcaldía Xochimilco-, quienes vivieron el cisma que representó la llegada de los españoles en el siglo XVI, hasta personajes que fueron inhumados a mediados del siglo XIX en el cementerio de Santa Paula, y luego, recuperados por los arqueólogos, en tanto la Ciudad de México expandía su mancha urbana.
Así, enfatizan Lourdes Márquez y Perla Ruíz, la prioridad del Laboratorio de Bioarqueología de la ENAH es tratar cada resto óseo con dignidad, de allí que una de las actividades radica en transmitir a los estudiantes de licenciatura y de posgrado los conceptos éticos que se requieren al trabajar sobre las osamentas de mujeres y hombres pretéritos.
A lo largo de 26 años, este centro no solo se ha concentrado en conocer rasgos como el sexo y la edad de los sujetos de estudio, sino que ha buscado trascender hacia el contexto en el que esa persona vivió y murió. “Integramos a cada uno en su desarrollo social, económico, geográfico o político, ya que todo ese contexto nos permite diferenciar, por ejemplo, a un dinasta que fue enterrado en un palacio de Palenque, de una persona de la misma época que vivió en la periferia de la ciudad y perteneció, por lo mismo, a una clase social inferior”, comenta Lourdes Márquez.
Por último, cabe señalar que a la par de que el laboratorio indaga en los cuerpos de los antiguos internos del Hospital de San Juan de Dios, que en épocas de Maximiliano de Habsburgo fue asignado a las prostitutas y a los enfermos de sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual, la antropología física que se imparte en la ENAH no se limita a contextos antiguos. En años recientes, los expertos formados en el Laboratorio de Bioarqueología se han abocado al reconocimiento de patologías y otros estudios óseos que ya son propios de las disciplinas forenses y de la procuración de justicia.
Fuente: Gobierno de México / Foto: Cortesía