22 de diciembre de 2024

EN LA OPINIÓN DE ...

Calle Manzanares, Centro Histórico.

Casi al final de la calle de Manzanares y su cruce con Anillo de Circunvalación, se alza la brevísima capilla del Señor de la Humildad.

El culto al Señor de la Humildad fue propagado hacia la primera mitad del Siglo XVI principalmente por los Jesuitas, su culto, aunque no es exclusivo de la Ciudad, ha tenido gran arraigo entre los habitantes del barrio de la Merced. Según algunos relatos, fue una de las primeras capillas de la ciudad, mandada a construir por Hernán Cortés para que sirvieran de “Santo Escudo Protector” para la nueva Ciudad, incluso se le ha tomado como uno de los límites fronterizos, de aquella CDMX que no era tan extensa.

De casi 9 metros de largo por 4 ancho, su cuidado está a cargo de la orden Carmelita de la Santísima Trinidad y es resguardado por algunas monjas. Remodelada al estilo churrigueresco en el siglo XVIII, momento en el que se le agregaron las torres que le quitaron el carácter de ermita; fue declarada monumento histórico en 1931.

En su interior no caben más de veinte personas, sus paredes blancas tienen algunos detalles de talavera, al centro un retablo con la imagen del Señor de la Humildad, coronado de espinas doradas, vestido con finas telas y que refleja un semblante calmado y actitud de sufrimiento, estamos presenciando como espectadores los momentos previos a la crucifixión; a los lados acompañado de imágenes de San José y la Virgen María.

Sus feligreses no son los mejores vistos por la sociedad, sus relatos milagrosos se mezclan con su entorno, aquí comienzan las leyendas. La más famosa cuenta que el Cristo es protector de prostitutas y asaltantes y que antes de cometer algún delito prometen que si les otorga su protección y les permite regresar sanos y salvos a casa, dejarán de realizar su actividades delictivas por 24 horas. Las prostitutas piden por buena clientela y la protección de enfermedades. No me parece que sea casualidad que su tamaño haga referencia a la humildad de su patrono, pero tampoco es casualidad que sus feligreses busquen su socorro y consuelo. Ellos no son los únicos visitan la Capilla, algunos transeúntes sólo pasaban por allí y buscan refugio al clima.

Ahí me encontré con Martha, que no me permitió tomarle foto, pero sí me contó que lleva casi 15 años visitando al Señor de la Humildad, según su relato, el Cristo hizo que un hermano recobrara la salud milagrosamente, mientras se encontraba internado en el Hospital Juárez. Le prometió al Señor, que vendría a dejarle un arreglo de flores y algunas limosnas, cada que pudiera. Me cuenta que cada 6 de agosto, un grupo de vecinos le organiza su fiesta y todos están invitados a comer un taquito.

Estoy seguro que los vecinos están tratando de limpiar un poco la imagen que tiene el barrio, volveré el próximo año para su fiesta, para comprobar el sabor de los ricos tacos y la algarabía que me prometen; es difícil salir de la Capilla del Cristo de la Humildad sin pensar en las historias que guarda, así comencé a escribir estas lineas, mientras me dirijo a mi siguiente punto, la casa más antigua de la Ciudad de México, pero ésa es otra historia de las Calles Chilangas.

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