23 de diciembre de 2024

Libro reconstruye el asedio naval a Tenochtitlan y la desaparecida cultura lacustre del centro de México

La batalla sobre las aguas del Lago de Texcoco, uno de los asedios que condujo a la caída de Tenochtitlan, es el enfrentamiento naval librado a mayor altitud en el mundo antiguo, a una cota de 2,240-2,250 metros; y también, representa un intercambio insólito de saberes náuticos entre dos portentos civilizatorios, el español con su raigambre mediterránea, y el mesoamericano, en particular el de los habitantes de la Cuenca de México.

Así definió este hecho de la historia universal del que se cumplen 501 años, el arqueólogo Ismael Arturo Montero García, en su conversación con el director del Museo Nacional de Historia (MNH), Salvador Rueda Smithers. El motivo de este diálogo transmitido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de Radio INAH, fue el libro más reciente del primero: El Lago de Texcoco y México-Tenochtitlan: 1519-1521, de descarga gratuita.

Arturo Montero explicó que, para comprender esta proeza bélica, en la edición de la Universidad del Tepeyac en colaboración con la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), a través de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), fue necesario profundizar en las características de esta cuenca endorreica.

Formada por fenómenos eruptivos hace 700,000 años, e integrada por las aguas dulces de los lagos de Chalco y Xochimilco, y las salobres de los lagos de Texcoco, Xaltocan y Zumpango, la Cuenca de México comenzó a menguar su extensión de 600 km², apenas conquistada Tenochtitlan.

No obstante, el ecocidio de este cuerpo lacustre inició en 1750, con acciones para su desecación que se acelerarían en las siguientes dos centurias, evaporando la cultura en torno a él, ya que los habitantes de la cuenca no tenían otro tipo de obtención de proteínas, aparte de la que tomaban de los lagos: esencialmente crustáceos y aves acuáticas en la parte salobre, y de peces, en la parte dulce.

En opinión del investigador especializado en Antropología Simbólica y Ecológica: “la relación con el agua de los antiguos pobladores de esta región, no tiene parangón en el mundo. Pensar que focos urbanos tan importantes como Cuicuilco, Teotihuacan, Tula, Tenochtitlan, se desarrollaron gracias al aprovechamiento inteligente del lago y de sus recursos, es un prodigio civilizatorio que debemos tomar en cuenta”.

“Hicimos el libro por la memoria de un lago que se resiste a morir –solo nos quedan remansos que juntos no superen los 10 km² de superficie–, buscando con ello crear conciencia del lugar que habitamos”, dijo Montero García en la emisión radiofónica por Radio INAH, en sintonía con la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura.

La segunda parte de la obra se centra en la batalla por la capital mexica, librada con caballería, infantería y fuerza naval, exponiendo al lector cómo se desarrollaron estos movimientos tácticos. Sobre el asedio desde los canales, el directivo en la Universidad del Tepeyac y asiduo colaborar de proyectos de investigación del INAH, comentó que éste fue épico por la cantidad de bergantines o fustas, involucrados:

“Según las crónicas, en 1519, estando Hernán Cortés en el Palacio de Axayácatl, se construyeron dos fustas y llevaron a navegar al mismo Moctezuma, quien se asombró al ver el uso del remo y de la vela. Creo que ahí Cortés ya estaba pensando en la posibilidad de un conflicto anfibio, y en la necesidad de desarrollar navíos híbridos, crear una fuerza naval para poner en jaque a Tenochtitlan-Tlatelolco.

“Entonces, por parte de la alianza hispano-indígena –pues tenían un gran apoyo de Tlaxcala y Texcoco–, se va a desarrollar un tipo de navío para resolver los problemas de navegar en aguas poco profundas, sin vientos fuertes para el uso de la vela, con una quilla discreta en la parte baja, pero con una artillería en la proa para romper las calzadas y los diques, y así ocasionar inundaciones y la contaminación del agua dulce que llegaba a las ciudades mexicas mediante el acueducto de Chapultepec”.

Después del esfuerzo descomunal de trasladar los componentes de las embarcaciones que había desmantelado en las costas de Veracruz, a 500 kilómetros de distancia atravesando sierras, las huestes aliadas a Cortés se dieron a la tarea de construir un astillero para armar las fustas, un dique y esclusas para controlar los cambios de nivel del lago, que tiene una variación de diez metros.

Pese a la resistencia heroica de los mexicas, la etapa final con Tlatelolco como bastión, se distinguió por un asedio naval que avanzó mayoritariamente desde el norte del Lago de Texcoco al mando del capitán García Holguín, quien interceptó la canoa en que huían el tlatoani Cuauhtémoc y nobles de la Triple Alianza como el señor de Tacuba Tetlepanquetzaltzin, y junto a Gonzalo de Sandoval llevó a la comitiva mexica al barrio de Amáxac, donde se encontraba Cortés.

Aquella tarde, en las vísperas del 13 de agosto de 1521, llovió y relampagueó, señalando el fin de la opulenta urbe que renacería como la actual Ciudad de México.

Fuente: INAH / Foto: Cortesia

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